Este blog nace en el marco del curso Maravilla, fantasía y absurdo en la literatura hispanoamericana que organiza la Universitat de Girona bajo el impulso tenaz del profesor Francisco Javier Rodríguez. El objetivo del blog es aportar una serie de pistas, estímulos, sugerencias y conexiones a partir de un texto de Julio Cortázar que nos permite ahondar en una faceta complementaria de su trayectoria.
Del humor considerado como una de las bellas artes
A diferencia de los otros textos analizados en los otros blogs cortazarianos del curso, este relato es un cuento humorístico. El libro al que pertenece, Historias de cronopios y de famas (1962), es un libro de humor lo que lo ha colocado en un lugar algo incómodo ante la crítica pues, con frecuencia, no ha acabado de ser bien ubicado dentro de la compleja constelación Cortázar. Reivindicar el humor puede parecer innecesario pero es innegable que los textos de corte más severo tienen una mejor recepción por parte de los estudiosos; lo humorístico se considera, dentro de la trayectoria de un autor, como algo tangencial, un complemento ocasional que no debe ensombrecer la valoración de su aportación más formal. Todo ello no deja de ser algo desconcertante si recordamos que la novela, y nos referimos obviamente al Quijote es una novela de humor y que desde Rabelais a Dickens o desde la Tía Julia a las pocas noticias de Gurb el humor es uno de los ejes de la historia de la literatura. A pesar de ello, al recordar, por ejemplo, a Unamuno, parece imponerse hablar más del atormentado autor Del sentimiento trágico de la vida que no del desternillante humorista de Amor y pedagogía.
En Cortázar el humor no es ocasional y encaja con su concepción del hecho literario; si para él la literatura es una camino para descubrir la difusa frontera entre el mundo real y el mundo de la fantasía, si la escritura es una vía para desvelar -y la evocación surrealista no es gratuita- que hay otros mundo pero que están en éste, el humor se convierte en un certero instrumento; la revisión crítica de la realidad que implica cualquier ejercicio humorístico nos permite descubrir una identidad distinta de aquello que nos rodea. Las Instrucciones que nos propone Cortázar son, propiamente, eso, un manual para descubrir identidades distintas de lo que vemos o hacemos.
El texto instructivo
Entre las diversas tipologías textuales, el texto instructivo tiene una serie de características particulares que ya analizaremos pero quizás la más remarcable sea su funcionalidad; el texto instructivo surge para instruir al receptor, para enseñar, dirigir, aconsejar, a veces ordenar, la ejecución de determinadas acciones. Su presencia cotidiana es constante y los podemos encontrar en una guía de viajes, en un manual para activar nuestro teléfono móvil o en una receta de cocina; nuestra vida cotidiana está jalonada de instrucciones -normas de funcionamiento de un centro educativo, instrucciones para montar un mueble, indicaciones sobre cómo ponernos un chaleco salvavidas en un avión- y es precisamente esta cotidianidad lo que se va a convertir en la base del ejercicio humorístico de Cortázar.
¿Instruccciones para subir una escalera?
El primer efecto de sorpresa, primer recurso humorístico, arranca desde el mismo título. Entendemos las instrucciones como un modelo de texto que nos ayuda a desarrollar una acción de cierta dificultad; las instrucciones tiene sentido para montar un mueble o para programar un DVD pero no para llevar a cabo una acción cotidiana. Plantear unas instrucciones para subir una escalera provoca una severa perplejidad en el lector pues la acción planificada no necesita de esta tipología textual.
Desde esta inicial décalage se genera el escenario humorístico del texto que nos lleva a, por un lado, reflexionar sobre la misma condición del texto instructivo y, por otro, nos permite mirar la realidad más inmediata desde otra perspectiva. El humor, pues, se convierte desde esta perspectiva en un elemento de subversión lingüística y de reflexión crítica sobre la realidad.
Tomar posesión de un peldaño
El texto se inicia con una descripción; ello es propio de determinados textos instructivos pues es indispensable describir los elementos para luego instruir sobre su manejo. La descripción, que prácticamente identifica el primer párrafo, se plantea también en clave humorística. Primero por el hecho de describir como extraordinario aquello que es ordinario y por acercarse a la escalera desde una perspectiva original y desconcertante, como un pliegue casi espontáneo del suelo; la descripción que se lleva a cabo se mueve en el terreno de la precisión técnica y en ella abundan los tecnicismos propios de la geometría: ángulo recto, plano, paralelo, perpendicular, espiral, línea. Este inicial efecto humorístico queda reforzado por la descripción del imposible acto de tomar posesión de un peldaño -animamos a los lectores del blog a llevar a cabo esta acción agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente- y por la hipotética formulación de otras escaleras bellas y pintorescas pero poco efectivas.
Es muy sencillo: se toma...
Una vez llevada a cabo la descripción, llega el momento de enseñar a realizar la acción anunciada en el título; en esta segunda parte del texto, el narrador va a seguir un orden lógico, causal, para detallar las explicaciones, como corresponde a un texto e estas características, y va a emplear formas verbales donde abundan las construcciones impersonales con se -se suben, se recoge, cuídese...- Va a ser aquí donde, una vez los lectores ya han aceptado como normal lo absurdo de la situación, los efectos humorísticos se encadenarán y desencadenarán. Estos pueden proceder tanto de las recomendaciones sorprendentes -se deben subir las escaleras de frente, no hacia atrás o de costado pues ello es incómodo- como de las descripciones detalladas de esa parte que para abreviar llamaremos pie; la definición que el propio texto genera de pie es digna de figurar en cualquier diccionario del disparate: parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. No obstante ello, Cortázar va más allá y exprime al máximo las posibilidades humorísticas de la situación. Así, la capacidad autoparódica del texto es extrema pues, una vez se ha aceptado esa definición de pie, el mismo texto genera ambigüedades al mostrarse esa formulación como insuficiente para describir la acción de subir la escalera. La recomendación final del párrafo -cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie- resume casi en forma de humorístico epifonema el tono del texto.
Arriba y abajo
El desenlace del texto es difícil pues el texto instructivo, en propiedad, no tiene desenlace. Aquí Cortázar resuelve con maestría el reto pues no sólo insta a repetir una acción mecánicamente para poder así subir la escalera -no lo olvidemos, el objetivo y finalidad del texto- sino que abre las puertas a la acción complementaria -bajar las escaleras- y además confiere al acto un valor casi mágico pues el ligero golpe de talón con el que salimos de la escalera la fija en su sitio y la deja a la espera de nuestro retorno y de nuestro descenso. La escalera había surgido como un extraño pliegue del suelo, ahora es una entidad para-animal que nos espera sumisa y paciente una vez la hemos domesticado con nuestra habilidad para subir y bajar por ella.
Parodia y vencerás
La parodia constituye un recurso satírico de larga tradición cultural que remonta sus orígenes a la Grecia clásica y que se ha mantenido con admirable vitalidad a lo largo de las centurias hasta nuestos días. Más allá de épocas o de autores, para que la parodia sea efectiva se necesita una condición sine qua non: que el referente parodiado sea conocido por el receptor del texto. Si en las lectura siglo XXI que podemos llevar a cabo del Quijote éste ha perdido efectividad humorística ello se debe, entre otras explicaciones, a que el objeto de la parodia, las novelas de caballerías, son hoy para nosotros profundamente desconocidas.
Cortázar decide parodiar los textos instructivos y la complicidad con el lector es inmediata pues éstos constituyen una realidad tangible, cotidiana, inevitable. En una sociedad industrializada y plenamente integrada en el consumo, en una sociedad regulada por leyes y normas que condicionan todas nuestras acciones, el texto instructivo es una exigencia. Una obligación. Signo visible de un modelo social donde la libertad del individuo parece sometida a la dictadura del consumo, de la burocracia y de la normatividad exagerada. Burlarse de este modelo textual no es sólo un brillante ejercicio literario sino una sólida declaración de principios de un autor que sabe cómo la identidad humana sólo es plena a través de la imaginación y la fantasía y cómo, bajo una escalera, existen otros mundos.
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