El desenlace del texto es difícil pues el texto instructivo, en propiedad, no tiene desenlace. Aquí Cortázar resuelve con maestría el reto pues no sólo insta a repetir una acción mecánicamente para poder así subir la escalera -no lo olvidemos, el objetivo y finalidad del texto- sino que abre las puertas a la acción complementaria -bajar las escaleras- y además confiere al acto un valor casi mágico pues el ligero golpe de talón con el que salimos de la escalera la fija en su sitio y la deja a la espera de nuestro retorno y de nuestro descenso. La escalera había surgido como un extraño pliegue del suelo, ahora es una entidad para-animal que nos espera sumisa y paciente una vez la hemos domesticado con nuestra habilidad para subir y bajar por ella.
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